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Trocito de caos

Publicado: 2011-03-10

Aunque desde el aire la avenida Abancay debía parecer una fila de hormigas, por dentro todo lo que se podía ver era caos. Sin embargo, el alboroto de transeúntes, vendedores ambulantes, carteristas y vehículos motorizados que se revolcaban en una perenne orgía de polución y desenfreno no era del todo anárquico, sino que mostraba algunos patrones.

Corría el verano de 1991 y cada día era una aventura porque Lima se movía a un ritmo excéntrico y persistente que me inyectaba de adrenalina. Por ejemplo: al recordar el humo negro que cubría a los comensales de un puesto ambulante, evoco una emoción similar a la que pueda experimentar un atleta en el partidor.

Mi primer trabajo serio lo tuve en esa época. No era gran cosa, pero me hacía sentir parte de la ciudad. Consistía en atender a los clientes de un laboratorio fotográfico muy bien ubicado en el cruce de Cuzco con Abancay.

Cierta mañana resplandeciente, vi que una chica me observaba fijamente desde un rincón. Era menuda, de cabellera azabache y tendría unos 18 años. Parecía tímida pero, a la vez, algo de audacia había en su mirada. Serían las 10 y como siempre, el local estaba a rebosar. Esperó pacientemente a que el gentío se disipara, se acercó sin prisa y me encargó media docena de fotos tamaño carné.

“Quiero salir blanca”, dijo.

No di importancia a su demanda porque me pareció banal y absurda. Así que tomé nota de la orden sin añadirle comentarios y respondí con un displicente. Al cabo de una hora volvió, observó las imágenes con las pupilas dilatadas y luego, grave y puntillosamente, exclamó:

“Te dije que quería salir blanca”.

“Es una foto”, contesté medio en broma, pero ella no sonrió.

Es posible que durante un par de segundos, todo se congelara a nuestro alrededor. Tengo la sensación de que hasta las moscas quedaron paralizadas en pleno vuelo mientras su mirada me golpeaba sin atenuantes. No dijo más. Hizo trizas las fotos que ya había pagado, me las lanzó a la cara y desapareció. Los trocitos de su rostro color canela quedaron regados sobre el mostrador.

Recuerdo que pensé, mientras limpiaba la cristalera, que aquello debía tener alguna relación con el caos que me rodeaba y aun hoy lo sigo pensando. La discriminación y el racismo son lastres que cargamos todos.


Escrito por

arritmia

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