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¿Por qué mienten los políticos?

Publicado: 2011-02-10

La semana pasada, el candidato presidencial y ex presidente peruano Alejandro Toledo, afirmó durante una entrevista, que él nunca ha consumido drogas. Dudo que algún televidente le creyera, pero ¿qué esperábamos que dijera? ¿Alguien en su sano juicio supuso que Toledo se iba a suicidar políticamente? No, la emoción del asunto radicaba en poner a prueba la capacidad lingüística del candidato para salir indemne de un ataque personal.

¿Por qué mienten los políticos?

Los políticos mienten por vocación, sobre todo los que se disputan un cargo de primer nivel. No creo que sea posible hacerse elegir por millones de personas sin mentir. Tanto así, que le hemos concedido un eufemismo a tan controvertida cualidad; la llamamos: empatía. El político que pretenda colmar expectativas a nivel nacional, tendrá que estar dispuesto a hacer concesiones morales.

La lista de mentirosos en evidencia sería interminable: Clinton, Nixon, Mitterrand, Menem,  Bush, García, Aznar, Blair y un larguísimo etcétera. Ahora bien, en democracia, la opinión pública es exigente y tiene armas para cuestionar a quienes pretenden acceder al poder. Así, la mentira de un demócrata tendrá que ser fina y cercana a lo que conocemos como: verdad a medias. Por el contrario, en el caso de las dictaduras (recordemos a Fujimori y su yuca), las mentiras suelen ser burdas y el descaro puede adquirir niveles esquizofrénicos.

Nadie es ajeno a la mentira y quien diga lo contrario, miente. Vivimos inmersos en un mundo lleno de falsedades; basta con encender la televisión para constatarlo. Miente la prensa, mienten los sacerdotes, nos mentimos los unos a los otros, ¿por qué los políticos iban a ser distintos?

¿Nunca se puede creer en los políticos?

Yo, para ser relativamente sincero, les creo cada vez menos. Lo más común es que me generen dudas o/e indignación. Aunque, dependiendo de la fibra que toquen (libertad, justicia, educación, etc.), debo admitir que pueden convencerme. ¿Por qué? Porque los seres humanos no podemos vivir en la absoluta y constante incredulidad, necesitamos creer y, a veces, es sano hacerlo.

Un problema extra surge cuando difuminamos la línea que existe entre lo público y lo privado. No es lo mismo que un jefe de estado mienta sobre sus antojos sexuales (siempre y cuando no involucren a menores de edad), que sobre la excusa para iniciar una guerra. No es lo mismo haber consumido cocaína, que comprar congresistas tránsfugas o pagar los estudios de un familiar con dinero del estado.

Es pertinente que la sociedad conozca bien a sus representantes públicos, pero si nos da por indagar en asuntos personales siempre nos toparemos con trapos sucios y, por ende, con mentiras. No se trata de conformismo, ni de censura, sino de responsabilidad. Se trata de subir el nivel del debate y de obligar a los políticos a tomar más en serio sus responsabilidades.


Escrito por

arritmia

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