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Nieve

Publicado: 2011-01-08

La nieve cae en paralelo a la buhardilla donde estoy alojado. Es un espectáculo hermoso que me recuerda que hace setenta años, no muy lejos de aquí, caían con furia las bombas de la Luftwaffe. Un farol cuya luz amarilla se cuela sin atenuantes por la ventana inclinada, estampa sobre el muro la sombra de los copos como si se tratara de una recreación china.

Intento ver el horizonte, pero la línea que separa el cielo de la tierra, ha desaparecido y lo que distingo, es un degradé que va del blanco más destellante al plomo encapotado. Agudizo inútilmente la vista y me acuerdo del viejo que conocí ayer. Estaba en un bar de mala muerte llamado “Castillo de piedra”. Había oscurecido y el hombre se abrazaba a su cerveza como a una última esperanza.

“Esto no se veía desde la segunda guerra mundial”, sentenció refiriéndose a la copiosa nevada que cae sobre Bélgica desde hace una semana.

 “Todo tiempo pasado fue mejor”, refuté yo con una sonrisa.

El hombre se separó un poco del vaso, movió la cabeza lentamente rozándose las clavículas con la barba y dijo:

“Los mismos mentirosos nos siguen diciendo las mismas mentiras y nosotros seguimos bebiendo para olvidarlo”.

“Eso no va a cambiar”, afirmé y bebí con gesto resignado.

“Sólo cuando dejemos de creerles”.

Sin profundizar, sopesé aquella propuesta y su aplicación me pareció de una complejidad profunda y paradójica. No es la verdad lo que buscamos, me dije mientras el anciano volvía a estrechar su vaso con ternura, aunque la curiosidad nos acerque inexorablemente a ella. Es preferible no enfrentarse a la realidad.

“Los jóvenes creen menos”, dije y el viejo me dedicó una sonrisa incompleta.

Pedí otra cerveza y me quedé mirando la nieve de ayer como veo la de hoy, como hace siete décadas alguien observaría horrorizado la estación de tren de Jemelle en llamas.


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arritmia

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