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Es temprano para filosofar

Publicado: 2010-11-30

“¿Crees en Dios?”, me preguntó Ahmed. Hacía un frío que entumecía las extremidades y aun nos quedaba una larga jornada laboral por delante. Los automóviles, a lo lejos, se parecían a las gotas que surcaban la ventana. Bostecé mientras revisaba las hebillas de mi arnés y respondí:

“No”.

Ahmed era español y tenía el rostro ovalado como una pelota de rugby. Por movedizo, transmitía un talante nervioso y, habitualmente, costaba mucho hacerlo callar. Sin embargo, en esta ocasión fue austero y asumió un aire pétreo. Sus grandes ojos de dibujo animado japonés, se posaban rígidamente sobre mí.

“Tienes que sentir que algo te falta”.

“Dormir”, dije. “Podría dormir tres días seguidos”. Y, en un intento desesperado por sortear aquel debate sin horizonte, añadí: “Es temprano para filosofar”. Rocié el cristal con jabón, pasé la plumilla y examiné el interior. De la pared blanca que tenía en frente, colgaba un reloj. Eran (exactamente) las siete y media de la mañana.

“Nadie puede ser feliz sin creer en Dios”, afirmó.

“Puede que tengas razón”.

El andamio se balanceó impulsado por una ráfaga de viento que se ensañó con mis articulaciones y me sacudió la mandíbula como si se tratara de una bandera. Ahmed no pestañeo.

“Eres un ateo”, dijo.

Podría haber argumentado, pero preferí inclinarme sobre la baranda metálica para observar el precipicio. Quince pisos nos separaban del suelo.


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arritmia

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